viernes, 19 de junio de 2009

LOS DETECTIVES SALVAJES, ROBERTO BOLAÑO

Es una maldición no leer los detectives salvajes. No hay un círculo en mi vida social en el que alguien no se atreva a comentarlo. En las entrevistas a escritores de los últimos cinco años publicadas en cualquier revista cultural, siempre aparece el apellido Bolaño acompañado de la palabra detectives. “¿Qué si ya lo leíste?” No, “si me quedo en una isla desierta elegiría el libro de Bolaño” “¿En serio?” “Si de nuevo hubiera un diluvio universal salvaría los detectives salvajes en el arca de Noé” “¿Qué?” Empecé a leerlo porque una presión social e intelectual me lo ordenaba, un afán de no parecer desactualizado en mis lecturas de escritores latinoamericanos que en realidad, estaban fijadas en el llamado boom y descreían de cualquier posible literatura posterior.

Lo primero que me sucedió como lector fue encontrarme con un insípido relato en primera persona de un tal poeta García Madero que quería pertenecer un grupo poético llamado los Real Visceralistas, dicho poeta era un onanista de miedo que se masturbaba leyendo el poema “el vampiro” y las mujeres más lindas se morían por hacerle un guagüis (dícese palabra mexicana para indicar felaciones). Me reí por ratos, si. Me aburrí por momentos, también. Me decía “qué es lo que tiene este libro para que hagan tanta bulla”. En la página cien me desesperé. No me encontré con nada detectivesco, no muertos, no persecuciones, no intrigas. Eso si, una farra permanente, marihuana Acapulco Sunrise a la lata. Un día se me perdió el separador que tenía la página en que había quedado mi lectura, un día se me olvido que lo estaba leyendo, un día ya no me importó estar a la moda.

Años después, le volví a dar otra oportunidad. Así que volví a meterme con él. Me di cuenta que no había visto el índice. Allí se indicaba que la pesadilla de ver el mundo a través de un sexómano poeta adolescente terminaba en la página ciento treinta. Me animé a volver a cogerlo. Un poco fatigado llegue al final de la primera parte que se titula “Mexicanos perdidos en México”. Pase la puerta que llega a la segunda titulada “Los detectives salvajes”. Y sucedió el encanto. Recibí el frío en la medula de la columna vertebral que solo siento cuando descubro un libro encantador.

El relato lineal que ocurre entre Octubre de 1975 a Enero de 1976 se bifurca en veintiún narradores, regados por África, Europa, Centroamérica, sur America y Norteamérica a lo largo de veinte años. Me di cuenta que Los detectives salvajes trata sobre el recorrido que realizan los poetas Ulises Lima y Arturo Belano, sin mayor merito que el de huir de un incidente que sucedió en México a comienzo de 1976. Convirtiéndose ambos en unos Rimbaud desterrados ya no en Abisinia sino en todo el mundo. Son poetas que después de escribir decidieron convertir el acto poético en una postura de vida. Esta segunda parte es una polifonía de cuchicheos, murmullos, voces que a manera de espejos, nos van mostrando quienes fueron los poetas. Se nos cuenta entonces el comienzo del movimiento Visce realistas y su decadencia a finales de 1996. Ninguno de los poetas escribió mayor cosa. No fueron tenidos en cuenta por ninguna vanguardia. El poema más representativo para el movimiento fue hecho con imágenes y perteneció a Cesárea Tinarejo.

La tercera parte del libro Los Desiertos de Sonora, en que se narra como en enero y febrero del año 1976, los poetas en compañía de García Madero y Lupe emprenden el viaje en el camero huyendo del padrote de Lupe para encontrarse con Cesárea Tinarejo. En realidad no hay un propósito claro en el viaje, aparte del mismo viajar.

El libro nos ofrece una sensación de mundo globalizado, un mundo sin frontera, en el que acudimos al retrato de subjetividades en fuga que son captadas por los reflejos de más de veintiún narradores ubicados en diferentes espacios y tiempos. Convierten a esta novela en un coro de voces con distintos registros que muestran la audacia de Roberto Bolaño para crear polifonía. Narradores con un deseo de narrar tan fuerte que cada uno podría contar toda la historia si le dieran el permiso de hacerlo.

Es inevitable hacer el guiño de esta obra con otras importantes de la literatura. Toda gran obra necesariamente es eco de predecesoras. La primera con la Odisea, que nos muestra el viaje de Ulises por diferentes lugares y sus dificultades para regresar a Ítaca. Por algo, Roberto Bolaño le puso el nombre a la segunda parte del libro como “Estructura de Polifemo”. Alude al gigante que se quedo ciego porque Ulises le clavo una astilla en el ojo, entonces tiene que usar el tacto para vigilar que sus prisiones no se vayan de la cueva. De igual manera los lectores somos como ese gigante que nunca podemos ver a los personajes principales y lo único que podemos hacer es palparlos mediante los relatos que los otros elaboran sobre ellos.

Con el Quijote de la Mancha. La sensación de movimiento tipo aventura, en la que no hay un plan fijo sino que se va andando y en el camino mismo suceden varios encuentros con personajes que van hablando y narrándose así mismos. Hay una similitud en varias escenas. La primera es cuando Arturo Belano desciende por la cueva igual que el Quijote en la cueva de montesinos, o el duelo que tienen a orillas del mar de Barcelona entre Arturo Belano e Iñaki que asemeja al de Don Quijote con el Caballero de la blanca Luna.

Con Pedro Páramo la se semejanza en estructura es muy similar. Primero hay un relato en primera persona de Juan Preciado con el que entramos a la historia pero luego aparecen múltiples voces que fragmentan el relato y lo complejiza. ¿Se acuerda de la escena en que los personajes comienzan hablar en el cementerio? La voz de Susana, de Eduviges…y empieza el cuchicheo….imagínese esa escena multiplicada por veintiún narradores a lo largo de quinientas páginas. Eso es los detectives salvajes.

La novela es genial porque mezcla humor, intriga, erotismo, a su vez es hace una historiografía de las vanguardias de la literatura latinoamericana del siglo veinte. Mostrando cómo funcionan sus mecanismos de inclusión – exclusión, sus maneras de generar continuidad –discontinuidades, canon y periodización. Nos cuenta la historia de una vanguardia no desde el aburrido discurso oficial de los libros de historia, sino desde el discurso visceral de sus precursores.

Esta obra de más de seiscientas páginas tiene algunos momentos de fatiga para el lector. Los relatos de Mary Watson, Heimito Könst o Edith Oster podrían fácilmente saltarse o haberse prescindido de ellos. Sin embargo, al igual que el Quijote con su Curioso impertinente e Historia de un cautivo, están allí como una historia dentro de la historia que uno tolera en función de la historia total.

Los detectives salvajes está escrito con un lenguaje sencillo. No se encuentran frases ampulosas o grandilocuentes. Pues no se escribió desde el realismo mágico sino desde el realismo visceral. Es una obra que muestra que todavía existen nuevas maneras de contar Latinoamérica, nuevos relatos emergentes que están por contarse. Ya no hay necesidad de contar esas aldeas míticas tipo Macondo, Santa María o Comala. Aquí la aldea se vuelve global y urbana…glocal.

Tendré que confesar que al terminar de leer el libro me volví un zombi, que mecánicamente viajó hasta los libreros de la quince con octava, allí pregunte “¿Oiga tiene más libros de Bolaño?” Compré: La estrella distante, La Literatura Nazi en America y llamadas telefónicas.

Es verdad que Roberto Bolaño es un fenómeno mediático, una leyenda, un irreverente…lo que sea que digan… pero ante todo fue un gran escritor. Releeré Los detectives salvajes varias veces de ahora en adelante.

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